sábado, 30 de junio de 2018

Christian Bobin: de la literatura y la poesía


Christian Bobin: De la literatura y la poesía.

El paisaje literario de un autor entregado a su autenticidad, a la palabra que siembra, a la esencia del acto de escribir. Me encanta el lirismo de sus reflexiones que fluyen de repente, como algo que se encuentra sin ser buscado, en mitad de una palabra que iba hacia otra parte y se detuvo aquí como por casualidad. Pepitas de oro sobre el camino de la creación, aparecen un poco de paso y se marchan enseguida, pero su brillo permanece clavado en la retina. La constancia de lo efímero.

De “Autorretrato con radiador” Árdora Exprés.

Hay una literatura que es suntuosa, sobrecargada de oro y autoestima. Considera el hecho de escribir mayor que la vida. No conoce nada más noble que una bella frase. Engendró, sin lugar a dudas, obras maestras, y me resulta indiferente. Es de una literatura distinta de la que estoy hambriento. Es tan antigua como la primera. No supone menos trabajo pero no busca lo mismo. O mejor: hay una manera de escribir que busca, no encuentra más que por accidente o por gracia, y sigue buscando. Y hay una manera de escribir que da vueltas en torno a su espejo, una novia que se prueba el traje. Esa no busca nada. No tiene nada que buscar, ha encontrado siempre con quien casarse: con ella misma. Su belleza no me impresiona. No admiro una obra porque me dicen que la admire sino por el poder del amor que en ella vibra. Lo que yo entiendo aquí por amor no es nada sentimental. El amor que es únicamente real es de una dureza increíble. Esa es la palabra: increíble. El poeta Henri Pichette dice que nunca se debería escribir ni una palabra que no se pudiera susurrar al oído de un agonizante. Pues bien, eso es exactamente. La manera de escribir que a mí me gusta es exactamente eso. Y todos nosotros somos agonizantes, ¿no? ¿Dónde me conducen tales reflexiones? A nada, a nada. No es nada de importancia: una pequeña subida de fiebre. Lo que digo aquí, puedo decirlo de otra manera: hay una palabra de príncipes y otra de mendigos. La de los príncipes es como una estancia en la que no hubiera nada y en la que al mismo tiempo todo estuviese lleno, lleno a rebosar. Es una palabra que está sorda de bastarse a sí misma. La de los mendigos, por el contrario, contiene en ella el vacío suficiente – de espacio, de silencio – para que el primer llegado se deslice en ella encontrando allí su bien. Es una palabra que deja en ella sitio a otra, que hace posible la llegada de algo distinto a ella misma. Ya sabéis: la vieja tradición de poner en la mesa un plato de más para un visitante imprevisto. Esas son las palabras que a mí me gustan. Es en esas mesas donde mejor como.
P. 86

Olvidé precisarte que durante los días de sequía, en el punto más intenso de la tristeza y el hastío, siempre hay un poco de viento, una claridad, el paso aunque furtivo de un chaparrón, lo peor nunca es seguro, un día de la semana pasada, por supuesto ya no esperaba nada, tenía el aspecto de un gran perro triste al que nadie pasea, oí en la radio un poema que me dejó sin respiración, la belleza es una respiración más amplia que, para llegar hasta nosotros, comienza por ahogarnos, así pues, ese poema atravesó, soberano, el aire lleno de humo de mi cuarto y comprendí que quedaba todo por escribir, por amar y por vivir, el mundo no ha empezado todavía, eso es lo que oí en la radio, una buena noticia ¿no?
P.130

De “La Dama Blanca” Árdora Ediciones.

Constatando la debilidad del mundo, descubre, a su vez, la fuerza de la escritura. La que utilizaba el sol despeinado de los cardillos para hacerse pendientes, se aleja hacia una vida apagada y confortable. La gloria de los cardillos permanece incluso martirizados por el azote de las lluvias del otoño o por el pastar de las vacas encadenadas a su hambre monótona, esas flores irradian el lenguaje que sabe llamarlas y amarlas. El verbo es un sol imperecedero.
P. 51

Mucho antes de ser una manera de escribir, la poesía es una manera de orientar nuestra vida, de volverla hacia el sol naciente de lo invisible.
P. 57

Un canto se eleva tamizado por los poemas. Trata de decir lo más puro y lo más real. Los libros mantienen vivo el canto después de la muerte de la cantante, pero la poesía no se deposita únicamente en los libros. A veces pasa sin hacer ruido, como el ángel de lo cotidiano al que nadie ve.
P. 67

Si leo un libro que deja mi cuerpo tan helado que nunca ningún fuego podrá calentarme, entonces sé que es poesía. Si noto que me han arrancado la parte alta de mi cabeza, sé también que se trata de poesía. Son mis dos únicas maneras de saberlo. ¿Acaso hay otras?” Higginson no puede contestar. Nunca imaginó que la poesía pudiera ser un asunto vital, la apoteosis de cualquier lucidez, el quitar la venda que la vida pone en los ojos de los vivos para que no tengan demasiado miedo ante ese instante último que es cada instante que pasa.
P. 82

Y esto, que no habla de poesía ni de escribir, pero lo tengo en las manos y no puedo soltarlo.

Nuestras manos no saben retener nada de esta tierra. Nuestros bienes son los restos de nuestra muerte futura. Sólo deberíamos preocuparnos por las almas.
P. 117






No, Emily Dickinson, tu vida no fue en vano

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