jueves, 10 de marzo de 2022

Mitopoética y Escritura: Borges y Graves

 

ALFABETOS


Holofernes era una música violenta

en sus ojos crecían planetas invisibles

y largos signos olvidados,

acariciaste su cabeza cercenada

la pronunciaste en el nombre de Judith

en el nombre de Juan

Salomé bailaba sobre pies de sándalo

Anibal lloraba en lechos de cedro y púrpura

mientras Borges escribía el reflejo del dios

sobre una letra

y Pierre Menard, autor de sí mismo,

huía bajo las estepas de Alonso Quijano


¿Quién contará el porvenir?

Cuando las palabras sean cuerpos tendidos

y su alfabeto se estremezca en frutos espesos

cuando la saliva de Cadmo escriba el primer signo

Y la leche de los párpados se abra sobre el padre Enki

cuando el dios Toth dicte su ley oscura

en las cuencas vacías de los muertos

Y Cortázar hescriba palomas torcidas sobre los huesos

de Hécate, Hécuba, Herodías,

y la Poniatowska grabe con sus ojos silenciosos

las letras de Ogham en tablillas sumerias:


B por Beth

F por Fearn

D por Duir


Tiemblas como la mañana mientras tu cuerpo se abisma

sobre la lentitud de las flores

Tiemblas en el silencio de tu sangre, en el cansancio

de no creer ya más en la palabra

te reconozco en mi miedo

y sin embargo

hay pájaros en tu voz

libo de tus labios la última gota de extrañeza


infancia de la luz

vuelve a mí tu alfabeto de miel y sombra

ofréceme de nuevo la vida

el ave feroz que late entre las flores del desgarro

Haz en mí la palabra.




¿Por qué el alfabeto? ¿Por qué la escritura? Este tema obsesionó a Borges y a Robert Graves, los dos autores que estaba leyendo cuando escribí el poema. Por razones diferentes pero a la vez idénticas los dos confluyen en una búsqueda de los orígenes de la escritura. Graves para reivindicar su origen sagrado, Borges para resaltar el enigma de la creación de significado, del pensamiento simbólico, en tanto que los signos llevan en sí una idea que va más allá de ellos mismos. Y en ambos casos, el poder de la palabra solidificada en materia, ya sea papel, pergamino, piedra o tablas de arcilla.


El espejo, metáfora tan querida para Borges, tiene su correlato en la escritura, que es el reflejo del universo; el signo es una clave que remite al todo: así como la letra participa en un orden (el abecedario), el libro participa en el esquema universal de Dios. El texto contiene en sí multitud de niveles y significados, diferentes lecturas que se superponen, que se repliegan unas detrás de otras, sólo permitiendo a los iniciados el acceso a sus fuentes más profundas. El Libro es la Vida misma. La búsqueda del orden, del sentido, mientras se avanza a tientas entre el caos y los enigmas.

Sin embargo, Borges no plantea soluciones, siembra nuevos interrogantes siempre en un juego de espejos en que lo real y lo ficticio se imbrican, en que la palabra explica pero es un nuevo engaño del autor, un nuevo velo que se descorre para llevarnos a otro espejismo. Recuerdo haber leído "La Literatura Nazi en América" de Roberto Bolaño, y haber tardado bastante tiempo en darme cuenta de que todos los personajes y situaciones eran ficticios. Algo así sucede con Borges, con la salvedad de que él concluye la narración dejándonos con un poso de duda ¿fue esto lo que sucedió?


"Hubo por primera vez la muerte.

Ya no recuerdo si fui Abel o Caín."


Borges juega con la dualidad en la unidad en los arquetipos de Caín y Abel, Jesús y Judas, entre otros. Metafóricamente, detrás de la apariencia, ambos son uno y lo mismo. Al igual que los gnósticos, Borges sugiere que para alcanzar la plenitud, hemos de pasar por el sufrimiento y la infamia de modo que tanto víctima como perpetrador restauran el equilibrio al experimentar el desgarro del dolor y la toma de conciencia que viene tras este dolor. Esta noción de igualdad en la dualidad tiene su correlato en los conceptos de real y ficticio puesto que ambos coexisten imbricados: para hablar de lo real tenemos que recurrir a lo ficticio, al cuento, a la metáfora, de tal forma que ambos devienen reales o irreales según la perspectiva con la que los observemos.

He hablado de Dios, pero en mi opinión Borges no busca a Dios, o a la Diosa, como es el caso de Graves, en un sentido místico; su anhelo es la comprensión del universo. Toda su literatura es la búsqueda de una clave, y esa clave le conduce a la dimensión artística (más que a la espiritual) en la que el autor puede convertirse en el hacedor, en el demiurgo que inventa su propio cosmos, pero es a la vez moldeado por todo el corpus literario que precedió su obra. Un autor es a la vez creador y reelaborador en tanto que recoge elementos pertenecientes a una realidad preexistente. Dicha realidad puede presentarse tanto como un ámbito relativo al mundo platónico de las formas puras, del que extrae temas y metáforas, como vinculada a un canon literario que puede interpretar consciente o inconscientemente.


"Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas

circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, ni siquiera una

vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los

hombres."


El libro es la metáfora definitiva de la vida, del universo, el azar y el destino, porque ya ha sido escrito, pero tenemos que leerlo página a página para conocer su contenido; porque es la obra de un creador que a su vez repite metáforas y conceptos arquetípicos que ya estaban ahí antes de que él los escribiese; porque el alfabeto es un conjunto de signos que adquieren vida propia, un hálito, una esencia: Aleph es el impulso creador, el principio que contiene el todo, tiempo y espacio, pasado y futuro. Así, la letra deja de ser sólo una grafía para convertirse en un símbolo que contiene otro símbolo que contiene otro símbolo en un contínuo que va desde el micro al macrocosmos. Aunque el contenido sea de naturaleza más especulativa que espiritual, como ya he apuntado, nos retrotrae a textos místicos como el Principio de Correspondencia del Kybalion: "Así arriba como abajo, así dentro como fuera."

De esta manera, Borges sacraliza la potencia generativa de la escritura trasladándola al universo de lo profano de forma que la palabra escrita es en sí misma justificación de su necesidad y su existencia.

Y tirando del hilo un poco más, me viene a la mente otro tema relacionado con este. No sé realmente si lo he leído o lo estoy imaginando, pero me parece recordar a Joseph Campbell comentando la obra de Joyce y aventurando la posibilidad de que el texto contenga significados que son desconocidos para su autor, o por lo menos insconscientes, pero que transmiten una información, un conocimiento, que será desvelado por generaciones posteriores.

Me he alargado más de lo previsto con Borges, algo que no me extraña, por otro lado. Dejo a Graves para la próxima entrada de este blog.


Bibliografía: Jorge Luis Borges, El Aleph.

                    Edna Aizenberg, El Tejedor del Aleph.





Poema y texto: Brunhilde Román Ibáñez

Imagen: internet