lunes, 19 de octubre de 2020

Para el perdón, para el don

 Sobre el perdón

Me encanta buscar la etimología de las palabras. A veces son como llaves, cifras o códigos que hay que descodificar, otras veces la palabra lleva el significado a cuestas como un caracol de manera obvia y visible. Perdonar o per-donar, igual que en el inglés forgive, for-give es una de ellas. A veces tropiezo en la palabra pero sólo la encuentro verdaderamente cuando me dejo caer en ella, porque realmente perdonar significa participar de un don, elegir una realidad y transformarla. Y no estoy hablando del pequeño perdón, del que se hace desde un falso sentido de superioridad, del de expiar la culpa. No, no hablo de crimen y castigo.

El perdón es un estado del alma por el que renunciamos a permanecer anclados en un pasado, después de haber hecho nuestro duelo, tomado las medidas oportunas o haber hecho lo que sentimos que era necesario en esa situación (ya sea una toma de conciencia, medidas legales, una conversación o cualquier cosa que sintamos que requiere una acción). En ese estado del ser hay un reconocimiento de lo que fue y hay una elección, un continuo de senderos que se bifurcan, de posibles cursos de acción. Entonces, perdonar no significa negar u olvidar, sino que yo ahora estoy escogiendo un sendero diferente de aquel por el que he venido, me estoy ofreciendo la oportunidad de cambiar de dirección, de dimensión de la experiencia, estoy resignificando mi mundo, y al hacerlo resignifico ese cruce de caminos, esa compleja red de surcos neuronales, de estados de conciencia. Me ofrezco el don de cambiar mi mundo, de hacer un movimiento que modifica todo lo anterior y al hacerlo estoy transformando mi futuro porque he pasado a un camino que va a conducirme a lugares diferentes, con personas y circunstancias diferentes.

El perdón no sólo es un acto de libertad, compasión o conocimiento, sino también un salto creativo, un salto evolutivo por el cual hacemos cambiar el escenario de nuestra existencia. Asimismo es un don para la persona a quien lo ofrecemos; no lo justificamos, ni nos escondemos de tomar medidas, tener una charla, recurrir a la justicia o aquello que nuestro yo más elevado se sienta llamado a hacer, pero dejamos a la persona con la responsabilidad de sus acciones sin juicio, sin miedo, sin culpa. Cuando hay ausencia de juicio la persona también obtiene el don de la libertad para ser ella misma, a partir de ahí puede replantearse su conducta, o no, pero asistimos a su elección desde el no juicio, desde la ecuanimidad. Como digo, no se trata de que en el mundo de la forma la persona no confronte lo que ha hecho, sino que, desde otro nivel, vimos que sus elecciones la llevaron a este lugar y que también esa persona es capaz de modificar sus elecciones. Que lo haga o no deja de ser asunto nuestro. El don está ahí para que lo tomemos. Es nuestra elección.

Hay veces que nos esforzamos por perdonar desde el intelecto porque "es lo que hay que hacer", "porque es lo que dice mi religión, o el karma" o lo que sea, pero las emociones permanecen. No luches, en el interior de ese sufrimiento también hay una ofrenda, la de la escucha. Escucha la información de tu parte más vulnerable, que es la que se está manifestando a través de esa emoción: el miedo, la ira, los celos, la inseguridad, el odio, la adicción.


El perdón es un acto de escucha a nuestro interior.


Concedámonos esa ecuanimidad, esa compasión y confiemos en el proceso. Amemos esas partes de nuestro interior que necesitan ser miradas, reconozcámonos en ellas, dejemos de perseguir el perdón. Vendrá, en el momento justo, despacio, como un aliento, una llamarada o un fulgor, o no, pero en ese acto de escucha habremos ganado un espacio de aceptación y de libertad interior que nada podrá quitarnos. Y esto será el más grande acto de amor que podamos realizar para nosotros y para el mundo.



Brunhilde Román Ibáñez

Créditos de la imagen: Diana E. Martín Herrero