lunes, 30 de noviembre de 2020

Isadora Duncan: el poder de la danza

 

Un poema y un breve recuerdo sobre la vida de esta genial bailarina.


ISADORA


La madera rompe el llanto

incierta entre tus sombras

te mueves y tus pies pronuncian

el rastro de lo eterno


decir no es durar

es mover la palabra

que nunca termina

de decirse

el idioma que antecede

al círculo y la piedra

tus pasos y la gracia obstinada

de un sol rompiéndose

al declinar la tarde


Isadora,

la herida es el abrazo anterior al olvido

la herida es la palabra

que se entrega a las almas

en la orilla dormida


Isadora,

lava la voz, anégala en tu danza, hazla girar

donde la herida termina

y comienza a decirse sin palabras

el misterio

de tus pasos de lluvia

sobre la sed del mundo



Sobre la vida de Isadora:

A veces unos pies tocan la gracia para hacernos amanecer como si fuera el primer día de la tierra y hubiésemos sido creados tan sólo para mirar esos pies absortos en la danza, como algo extraordinario, una especie de milagro que suspende las horas vacías y prosaicas para sumergirnos en el tiempo sin tiempo donde se revela lo que es verdadero y profundo. Entonces ella danza, los pies y las manos que son olas, el mar transformando un cuerpo mientras los espectadores reciben ese bocado, ese alimento que alumbra los días plomizos, los días de la triste cordura, siempre exacta y mediocre.

Isadora fue de todo menos mediocre, nació como empuja un árbol hacia arriba, con los brazos aferrándose a ese cielo que sería suyo algún día y los pies haciendo nueva la tierra. Creció bailando para ayudar a la familia, se fue a Europa, tuvo una vida resplandeciente y trágica, conoció el dolor sin límites de perder a sus hijos y el accidente mortal de la bufanda de seda enredada en las ruedas del coche. Pero también supo del coraje, de vivir una vida plena de encantamiento, de comunicar el sentido de las cosas sin palabras, de crear un cuerpo nuevo para la danza sin los corsés y las rigideces del ballet clásico.

Igualmente admirada y denostada por salir al escenario envuelta tan solo en transparencias, sus dedos y sus pies contaban las historias de las urnas y los mitos griegos, pero no sólo eso, también contaban la vida de ella, de Isadora, de su propio fuego creador, el vivir poseída por ese misterio donde habitan y se confunden lo sublime y la materia. Fue Afrodita Pandemos, la que escribe con las manos de todos los días, y Afrodita Urania, la celeste, la que viene con el mensaje de los dioses en sus dedos. Amó y vivió intensamente, conmovió al mundo y fue conmovida por el poder y la pureza de su propia danza. Arriesgó, fue ella misma hasta el límite, supo extraer de los pozos del alma una forma de belleza y conocimiento nuca vistos para ponerlos a los pies del mundo.



Texto y poema: Brunhilde Román

Imagen: Internet