jueves, 20 de febrero de 2020

José Lezama Lima y Brunhilde Román: la prosa poética que siempre quisieron escribir.


El otro día José Lezama Lima se presentó en mi casa. Yo estaba como suelo estar por las mañanas: en pijama, sin peinar y bebiendo té verde. Era invierno - 2 de febrero de 2020- Y digo yo que ya habría podido venir en verano, que me hubiera pillado igual de despeinada y bebiendo té verde, pero sin ropa, que tiene como más glamour. Pero era invierno y yo me paseaba por la casa con mi ropa de dormir, o sea, un pantalón de deporte, calcetines de alpinista y varias capas de jerséis y camisetas superpuestas que me dan un aspecto vagamente informe, entre esquimal y saco de patatas. Para completar el cuadro me faltaría un gato pero sólo tengo un gorila de peluche. Nadie es perfecta. En fin, apareció Lezama Lima como digo. En ese momento pensé que venía a comprar mi alma y empecé a calcular que con las pintas que llevaba no iba a poder pedirle gran cosa. Pero no, me dijo que lo que quería era escribir conmigo un texto a cuatro manos.

Quedé sobrecogida ante tal honor y un poco espantada también, la verdad ¿cómo podía yo siquiera pensar en anudar mi palabra a ese verbo anchuroso del escritor cubano? Ni aunque atase junta en una ristra toda la ropa que uso de pijama, sería capaz de reunir tal caudal y llegar como un sueño a los ríos que desembocan en Lezama Lima. Sin embargo no me arredré, él empezó con Oppiano Licario, yo seguí. Poco a poco, sin que me diera cuenta, fue haciéndose el verano y la luz de La Habana entraba sin prisa por las ventanas de mi casa. Cuando escribí el punto final, me miré: sólo llevaba ya los calcetines de alpinista y Lezama Lima se había marchado.

Esto fue lo que escribimos:

Con la dignidad del artista que espera la transformación de la oscuridad primera en espiral
y en el dolor del agua quieta un beso encuentra la plenitud del vientre, oh Yocasta
al romperse, en luz infinita o en bosque total
donde el tiempo siempre regresa al barro de la mujer que lo parió
la rueda de las formas, girando con lentitud alucinada
la no forma, la que ha de venir y aún no se conoce, la que gira en la hechizada aurora
donde bate un oleaje que todavía no es símbolo ni resistencia
la mano pesa la ley de la vida y de la ciencia, en el corazón se vierte su materia indivisa
la mirada ceñía, las manos fijaban, los dedos eran esponjas inaudibles que preguntaban
no olvides que fue el aliento de la esfinge quien colocó la pregunta en los labios de Edipo,
ella, la que
entraba en el devenir de otra persona sin que esta percibiera el nuevo jinete que había entrado en su propio río
la memoria es la frontera que avanza sobre la luna delgada y engendra en ella su única lágrima
es Edipo quien navega en su esplendor y en
la arrogancia que llora en la soledad de la medianoche




En negrita: citado de Oppiano Licario, de José Lezama Lima
Narración marco y resto de la prosa poética: Brunhilde Román Ibáñez