lunes, 20 de febrero de 2023


                                                        UN DESAMOR


    Es verdad que lo nuestro fue complicado desde el principio, empezando por el hecho de que nos separaban unos cuantos siglos de distancia, pero yo me decía que el amor no tiene límites ni tiempos y nada es imposible cuando un anhelo tan profundo lo sostiene.

    Yo no creo en la casualidad, hay una afinidad, una resonancia que nos conduce a la persona en cuya mirada podemos florecer, y por esa alquimia, ser transformados, como decía Chéjov en "La dama del Perrito". Y así me pasó con él. Yo ya lo conocía desde mi más tierna infancia porque mi abuelo lo recitaba y quizá aprendí a amarle gracias a él. Recuerdo a mi abuelo con su voz tronante y sus bigotes blancos (un poco a lo Bismarck pero sin tanto esfuerzo). Era grande, mi abuelo, y también lo creía eterno mientras sus manos agarraban los invisibles ríos de la vida en el poema.

    En fin, vuelvo a mi historia. Lo nuestro fue progresando poco a poco, todo hay que decirlo. Al principio yo no le hacía mucho caso, supongo que era demasiado pequeña para pensar en amoríos. Después me marché y muchos años después volvimos a encontrarnos. Él seguía en Palencia, yo había andado por muchos lugares. Los dos habíamos cambiado: él se había vuelto más auténtico a mis ojos, alguien con quien mantener conversaciones fascinantes sobre el amor, el destino, la vida y la muerte, alguien que es otro pero a la vez es como tú porque su corazón ha recorrido los mismos paisajes. Es verdad que yo lo idealicé mucho, había leído tanto, era tan profundo y a la vez le gustaba escucharme, lo cual me halagaba sobremanera. También me pareció buen mozo, esas cosas que tiene el amor.

    Yo era consciente de mi patrón afectivo de apego ansioso, él resultó ser de tipo evitativo, aunque dudo que se diese cuenta. Eso nos acabó distanciando y nos dijimos palabras amargas. Yo le solté que siempre le había leído por obligación; eso fue el final y yo lo sabía, pero me había herido en lo más hondo y quise devolverle el golpe. Con el tiempo he llegado a comprender que cada uno miraba al otro desde sus propias carencias y que, al igual que el Ouroboros (la serpiente que se muerde la cola) todo vuelve al lugar del que partió y que él y yo éramos lo mismo en grado diferente. Ahora le sigo queriendo desde la distancia, de otra manera, pero en aquellos momentos de furia le escribí esto: 


                                    Variaciones sobre Jorge Manrique                                                                                          

Recuerde el alma la noche invocada, lo ineludible, lo que viene del barro y no se nombra; los ojos conducidos por el grito del ciervo, la deserción de las horas sobre tu cuerpo de nieve donde no habitará de nuevo la sal de mi lengua.


Aniquilación, inexistencia, mundos que no ha de dividir la sangre entrelazada. Semilla de la noche, viaja al fin de los signos donde las flores liban la luz del nombre que contienen.


Danos esta noche, danos el residuo, la piel que quema, el ojo transparente.

El último pétalo después de la batalla. No entierres los ojos en el mar, no me ofrezcas tu agua arrodillada.

                        Recuerde el alma dormida

                        Avive el seso y despierte

                        contemplando

                        como se pasa la vida

                        como se viene la muerte


Que te lleve la luz donde no pueda verte.



Texto y poema: Brunhilde Román Ibáñez

Créditos de la imagen: desconocido