ALFABETOS
Holofernes
era una música violenta
en
sus ojos crecían planetas invisibles
y
largos signos olvidados,
acariciaste
su cabeza cercenada
la
pronunciaste en el nombre de Judith
en
el nombre de Juan
Salomé
bailaba sobre pies de sándalo
Anibal
lloraba en lechos de cedro y púrpura
mientras
Borges escribía el reflejo del dios
sobre
una letra
y
Pierre Menard, autor de sí mismo,
huía
bajo las estepas de Alonso Quijano
¿Quién
contará el porvenir?
Cuando
las palabras sean cuerpos tendidos
y
su alfabeto se estremezca en frutos espesos
cuando la saliva de Cadmo escriba el primer signo
Y
la leche de los párpados se abra sobre el padre Enki
cuando
el dios Toth dicte su ley oscura
en
las cuencas vacías de los muertos
Y
Cortázar hescriba palomas torcidas sobre los huesos
de
Hécate, Hécuba, Herodías,
y
la Poniatowska grabe con sus ojos silenciosos
las
letras de Ogham en tablillas sumerias:
B
por Beth
F
por Fearn
D
por Duir
Tiemblas
como la mañana mientras tu cuerpo se abisma
sobre
la lentitud de las flores
Tiemblas
en el silencio de tu sangre, en el cansancio
de
no creer ya más en la palabra
te
reconozco en mi miedo
y
sin embargo
hay
pájaros en tu voz
libo
de tus labios la última gota de extrañeza
infancia
de la luz
vuelve
a mí tu alfabeto de miel y sombra
ofréceme
de nuevo la vida
el
ave feroz que late entre las flores del desgarro
Haz
en mí la palabra.
¿Por
qué el alfabeto? ¿Por qué la escritura? Este tema obsesionó a
Borges y a Robert Graves, los dos autores que estaba leyendo cuando
escribí el poema. Por razones diferentes pero a la vez idénticas
los dos confluyen en una búsqueda de los orígenes de la escritura.
Graves para reivindicar su origen sagrado, Borges para resaltar el
enigma de la creación de significado, del pensamiento simbólico, en
tanto que los signos llevan en sí una idea que va más allá de
ellos mismos. Y en ambos casos, el poder de la palabra solidificada
en materia, ya sea papel, pergamino, piedra o tablas de arcilla.
El
espejo, metáfora tan querida para Borges, tiene su correlato en la
escritura, que es el reflejo del universo; el signo es una clave que
remite al todo: así como la letra participa en un orden (el
abecedario), el libro participa en el esquema universal de Dios. El
texto contiene en sí multitud de niveles y significados, diferentes
lecturas que se superponen, que se repliegan unas detrás de otras,
sólo permitiendo a los iniciados el acceso a sus fuentes más
profundas. El Libro es la Vida misma. La búsqueda del orden, del
sentido, mientras se avanza a tientas entre el caos y los enigmas.
Sin
embargo, Borges no plantea soluciones, siembra nuevos interrogantes
siempre en un juego de espejos en que lo real y lo ficticio se
imbrican, en que la palabra explica pero es un nuevo engaño del
autor, un nuevo velo que se descorre para llevarnos a otro espejismo.
Recuerdo haber leído "La Literatura Nazi en América" de
Roberto Bolaño, y haber tardado bastante tiempo en darme cuenta de
que todos los personajes y situaciones eran ficticios. Algo así
sucede con Borges, con la salvedad de que él concluye la narración
dejándonos con un poso de duda ¿fue esto lo que sucedió?
"Hubo
por primera vez la muerte.
Ya
no recuerdo si fui Abel o Caín."
Borges
juega con la dualidad en la unidad en los arquetipos de Caín y Abel,
Jesús y Judas, entre otros. Metafóricamente, detrás de la
apariencia, ambos son uno y lo mismo. Al igual que los gnósticos,
Borges sugiere que para alcanzar la plenitud, hemos de pasar por el
sufrimiento y la infamia de modo que tanto víctima como perpetrador
restauran el equilibrio al experimentar el desgarro del dolor y la
toma de conciencia que viene tras este dolor. Esta noción de
igualdad en la dualidad tiene su correlato en los conceptos de real y
ficticio puesto que ambos coexisten imbricados: para hablar de lo
real tenemos que recurrir a lo ficticio, al cuento, a la metáfora,
de tal forma que ambos devienen reales o irreales según la
perspectiva con la que los observemos.
He
hablado de Dios, pero en mi opinión Borges no busca a Dios, o a la
Diosa, como es el caso de Graves, en un sentido místico; su anhelo
es la comprensión del universo. Toda su literatura es la búsqueda
de una clave, y esa clave le conduce a la dimensión artística (más
que a la espiritual) en la que el autor puede convertirse en el
hacedor, en el demiurgo que inventa su propio cosmos, pero es a la
vez moldeado por todo el corpus literario que precedió su obra. Un
autor es a la vez creador y reelaborador en tanto que recoge
elementos pertenecientes a una realidad preexistente. Dicha realidad
puede presentarse tanto como un ámbito relativo al mundo platónico
de las formas puras, del que extrae temas y metáforas, como
vinculada a un canon literario que puede interpretar consciente o
inconscientemente.
"Homero
compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas
circunstancias
y cambios, lo imposible es no componer, ni siquiera una
vez,
la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los
hombres."
El
libro es la metáfora definitiva de la vida, del universo, el azar y
el destino, porque ya ha sido escrito, pero tenemos que leerlo página
a página para conocer su contenido; porque es la obra de un creador
que a su vez repite metáforas y conceptos arquetípicos que ya
estaban ahí antes de que él los escribiese; porque el alfabeto es
un conjunto de signos que adquieren vida propia, un hálito, una
esencia: Aleph es el impulso creador, el principio que contiene el
todo, tiempo y espacio, pasado y futuro. Así, la letra deja de ser
sólo una grafía para convertirse en un símbolo que contiene otro
símbolo que contiene otro símbolo en un contínuo que va desde el
micro al macrocosmos. Aunque el contenido sea de naturaleza más
especulativa que espiritual, como ya he apuntado, nos retrotrae a
textos místicos como el Principio de Correspondencia del Kybalion:
"Así arriba como abajo, así dentro como fuera."
De
esta manera, Borges sacraliza la potencia generativa de la escritura
trasladándola al universo de lo profano de forma que la palabra
escrita es en sí misma justificación de su necesidad y su
existencia.
Y
tirando del hilo un poco más, me viene a la mente otro tema
relacionado con este. No sé realmente si lo he leído o lo estoy
imaginando, pero me parece recordar a Joseph Campbell comentando la
obra de Joyce y aventurando la posibilidad de que el texto contenga
significados que son desconocidos para su autor, o por lo menos
insconscientes, pero que transmiten una información, un
conocimiento, que será desvelado por generaciones posteriores.
Me
he alargado más de lo previsto con Borges, algo que no me extraña,
por otro lado. Dejo a Graves para la próxima entrada de este blog.
Bibliografía:
Jorge Luis Borges, El Aleph.
Edna Aizenberg, El Tejedor del Aleph.
Poema y texto: Brunhilde Román Ibáñez
Imagen: internet