Quererte
y aceptarte es el acto más revolucionario que puedes hacer por ti y
por el mundo.
Porque
cuando te quieres de verdad actúas desde tu centro y tus elecciones
no están dominadas por el miedo. El miedo nos ancla a una frecuencia
muy baja en la que nuestras motivaciones están condicionadas por
elementos que vienen de fuera: “no quiero defraudar”, “tengo
que ganar”, “no puedo decir lo que realmente siento”, “no
valgo”, “se reirán de mí”, “si no ataco me atacarán a mí”.
Esta conciencia de miedo nos mantiene en una infantilidad permanente,
alejados de nuestra propia intuición buscamos respuestas fuera y
podemos ser manipulados con facilidad. Por los medios de comunicación
que perfilan un horizonte catastrófico, por los poderes políticos y
financieros que crean corrientes de opinión e incluso por personas
cercanas que viven inmersas en el miedo y nos contagian su visión
fatalista.
Yo
creo en el activismo, en ese que surge de la ilusión de que podemos
evolucionar hacia algo más grande y más humano, en el que crea
unidad y no separación, en el que tiende puentes y no fronteras.
Entiendo el activismo como algo que empieza desde uno mismo y se
expande porque está lleno de la Fuerza de la Vida. Gandhi fue un
gran activista porque cambiando él mismo cambió la historia de su
país, porque no fue corroído por el odio ni el miedo, porque sus
actos venían del amor, y por eso perduraron. Él sabía que en
nuestro interior todos somos poderosos y valiosos y en su vida se
comportó como tal, manteniendo su dignidad en todas las
circunstancias. Fue líder de si mismo y esa energía permitió que
los indios recordasen su propia dignidad y valor.
El
poder personal no es patrimonio de unos pocos que han nacido con
suerte, es algo que está en nosotros y se puede potenciar a través
de decisiones conscientes en todos los ámbitos de nuestra vida.
Quererse
realmente a uno mismo es una forma muy elevada de activismo,
significa atreverse a vivir desde nuestra voz interna, respetando
nuestro cuerpo y nuestros deseos más profundos, sin renunciar a
nuestra verdad y, a la vez, tratando a los demás con respeto.
Significa tener confianza, en sí mismo, en la vida y en los otros.
Una persona así no puede ser doblegada por el discurso del miedo
porque cree en el ser humano y su unidad fundamental con la Tierra y
con la Vida. Las personas que realmente se quieren son quienes están
llamadas a cambiar el planeta porque el amor provoca cambios
estructurales a largo plazo, quizá no son tan visibles como la gente
que grita más y se opone a algo desde el miedo, pero son más
efectivos, porque una vez que el campo del amor se ancla en uno, ya
no hay vuelta atrás, se convierte en una manera de entender el mundo
y se irradia a través de la energía que llevamos. Nosotros mismos
somos el portal, el único lugar desde el cual el cambio puede
suceder.
Podemos
manifestarnos, elevar nuestra voz y abogar por las causas en las que
creemos pero sabiendo muy bien desde dónde lo hacemos y qué es lo
que en nuestro interior nos anima a defender tal o tal causa. Cuando
voto a un partido sólo por miedo a que salga el otro y no porque
representa lo que yo creo, cuando estudio una carrera que no me gusta
porque creo que tiene más salidas, cuando protestar es una manera de
no querer mirar mis propias heridas, cuando no digo lo que realmente
siento estoy traicionándome y haciendo el juego a quienes quieren
seguir controlándonos a través de la manipulación y el miedo. En
cambio, cuando vivo desde mi Poder Interior y desde mi pertenencia a
la gran familia humana me convierto en un motor de cambio sólo por
mostrarme en mi verdad y actuar desde mi yo más elevado, desde ahí
si que es posible crear un mundo más humano y armonioso para todos,
teniendo siempre en cuenta que cada uno tendrá que realizar su
propio viaje hacia la sanación, y esto puede incluir situaciones que
nos resulten duras.
Así
que manifiéstate por la causa más importante: tú y los Derechos
Humanos del Amor
Texto: Brunhilde Román Ibáñez