Cuando visité Ciudad de México tuve la oportunidad de ver la casa azul de Frida Kahlo y toda ella estaba allí: todo en aquel aire era por momentos indomable, amargo, irónico y lleno de vida. Miraba aquellos corsés de yeso, esas jaulas blancas que ella pintaba de colores, sus botas (una más alta que la otra), las fotos con Trotski, la cocina amplia y abierta, la escopeta de Diego. Y todo era Frida, y todas las luces y las sombras venían a reunirse en sus dedos, y yo tocaba el espacio y el tiempo para decirle esto:
Frida – Coyoacan
Cae
la tarde y cae el amor
del
otro lado del abismo
del
lado que nos mata y que nos salva
Hay
una flor en mi pecho derecho
hay
una estepa desierta en mi pecho izquierdo
hay
una casa azul henchida de flores
y
un vientre vacío que espera con las velas encendidas
espera
la lágrima
que
le devuelva el océano a los ojos
En
la cocina ruedan los días como limones partidos
construye
la luz generosa de Coyoacan un puente con tus ojos
para
que el infinito se haga visible
En
esta casa de vivos y muertos
nadie
está solo cuando ríe y cuando llora
nadie
está solo cuando canta el tequila en la garganta
Hoy
me visto de tehuana y penetro en tu aliento
en
la vida que crepita y arde
en
tu corazón aún palpitante ofrecido al dios de las batallas
Frida,
por tus ojos se desbordan los ríos de Xochimilco
no
besaré la la luz en su reflejo
pero
volveré a tu fiesta, siempre hermana,
para
besar la vida de esos dedos que sangran
para
esculpir tu sangre y mi memoria en luz más cierta
que
el redoblado vacío de tu ausencia.
Poema: Brunhilde Román Ibáñez
Créditos de la imagen: desconocido